Nos educaron para ser calladas, respetuosas y hasta temerosas. Quedamos atrapadas entre la generación de nuestras madres y abuelas, que llevaban vidas conservadoras, estrictas y casi siempre eran “la señora de”, y la generación de nuestras hijas que es totalmente opuesta.
Tenía temor de viajar sola a Inglaterra. Imaginaba cómo sería entrar a un restaurante íngrima sola, pensaba que la gente me miraría y pensaría, -Pobrecita, no tiene ni una amiga, ni siquiera un perro que la acompañe. Y ni hablemos de la aprensión que tenía de ir sola a un Pub Inglés, había oído hablar tanto de esos lugares. -Quiero ir, pensaba. ¿Pero sola?
A medida que el viaje se acercaba mis temores aumentaban.
El día llegó. Cogí el pasaporte, la cartera, un abrigo, me persigné y me fui.
Allá iba yo, al otro lado del mundo, con mi metro y medio de estatura, pero no sola, mi miedo se fue conmigo, no se quiso quedar en casa y me lo tuve que llevar.
La pasamos genial. Al principio me susurraba que no le hablara a extraños, después me decía, -Si no les hablas, ¿quién nos va a tomar la foto?
Llevar el miedo de paseo, o permitir que nos acompañe en algo que nunca hemos intentado no es malo. Al principio tanto tú como tú miedo se van a sentir raras o incómodas, pero conforme pasa el tiempo, vas a ver lo loco que se pone y lo mucho que le gusta hacer cosas nuevas.
El mío, por ejemplo, ya quiere que pasemos tres meses cada año en algún país extraño.
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Un abrazo y las mejores bendiciones,
Tatiana