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Una vez conocí a unos abuelos que, aunque no eran los míos, por un tiempo quise tanto como si lo fueran. Más allá de lo extraordinarios que eran, siempre admiré la manera en que se querían. El amor entre ellos superaba al relatado en cualquier novela de ficción, o al que vemos reflejado en las películas románticas.

Él siempre la miró a ella con una ternura envidiable: sus ojos le brillaban cada vez que la tenía enfrente, y sus brazos jamás perdieron la fuerza para abrazarla. Ella siempre fue incondicional a él, y lo cuidaba como el más valioso de todos sus tesoros. El tiempo terminó con esa relación de seis décadas, pero sólo porque ninguno de los dos era inmortal. Y así, de un momento a otro, él dejó de estar; y ella “siguió estando”, pero con una tristeza que jamás se quitó de encima…

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Por historias como esas yo sigo creyendo en el amor. Por historias como esas estoy segura de que existe el compañero perfecto con quien podemos compartir nuestra existencia. Pero además del romanticismo, o de lo feliz que pudiera parecer la vida de quienes coinciden con la persona ideal, es necesario mencionar que este tipo de historias, cuando terminan, dejan dolores profundos… tan profundos que, incluso, pueden matar.

Seguro nos parece exagerado Sabina: eso de que los “amores que matan nunca mueren” suena a simple poesía. ¿Cómo puede ser posible que alguien muera de amor? Muchos expertos aseguran que nadie se muere de amor. Dicen que el tiempo lo cura todo, y algunos hasta se atreven a recomendar llenarnos de clavos para sacar aquellos imposibles de quitar.

Cada quien maneja su teoría y, en mi opinión, todas son válidas siempre y cuando funcionen. Sin embargo, es importante señalar que esto ha sido estudiado: al parecer sí hay amores que matan, y el tiempo no siempre los cura. Quizá jamás coincidamos con este tipo de amor “asesino”. Pero déjenme advertirles algo a quienes lo tienen: pudieran morir si lo pierden.

El propio dolor de la pérdida puede afectar la salud de nuestro cuerpo. De hecho, algunos investigadores han tratado de buscar la relación que existe entre el dolor que sentimos cuando perdemos al ser amado, y nuestra salud física.  Poco importa la razón de esta falta (abandono o fallecimiento); al parecer, la tristeza es causante de muchas enfermedades; y la depresión, además, puede agravar ciertas patologías que la persona ya tiene consigo.

Por otra parte,  existen estudios científicos que reflejan que una desilusión amorosa puede originar los mismos síntomas que produce un infarto. Esta patología, conocida comúnmente como el “síndrome del corazón roto”, afecta principalmente a las mujeres. Su nombre médico es cardiomiopatía de Takotsubo, y sus principales síntomas son el ahogo y el dolor en el pecho (característico de los ataques cardíacos).

Aunque esta enfermedad no es exclusiva de las tristezas de amor (una discusión fuerte o una emoción intensa tras la muerte de un familiar también pueden provocarla), el estrés físico y profundo que nos causa la pérdida del ser amado puede, literalmente, rompernos el corazón.

Algunos tienen la suerte de vivir historias de amor como la de los cuentos de hadas, otros jamás las protagonizan. Y aunque el precio que debemos pagar por ellas quizá sea alto ¿qué importa? Personalmente, considero mejor tener una vida atiborrada de emociones intensas a una repleta de ausencias solo para evitar sufrimientos ¿no crees?

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