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Siempre he tenido cierta desconfianza hacia las personas que se muestran extremadamente felices ante la vida. Que sonríen los lunes, cuando madrugan o al momento de entrar a un consultorio odontológico. Pero es así, por alguna extraña razón, existen individuos que deciden sonreír todos los días. Muchas veces me pregunto cómo lo hacen, cómo evitan que las preocupaciones opaquen sus rostros. Luego entiendo que es una cuestión de actitud y, sobre todo, de decisión. Y es que todos tenemos el poder único de sonreír si así lo queremos, incluso, en momentos de tristeza.

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Muchos sonríen por amabilidad y cortesía, tal vez para aparentar estar conformes con algo, o agradar a alguien. Otros, simplemente, porque les nace del corazón. Se ha comprobado que desde que somos fetos sonreímos; lamentablemente, este mecanismo lo vamos perdiendo con el pasar de los años. Como sea, poner la boca en forma de media luna o soltar una carcajada intensa, ilumina la cara de cualquiera y beneficia el organismo por varias razones.

La primera, la más importante de todas: nos da felicidad. Cada vez que sonreímos se liberan endorfinas, unos neurotransmisores que permiten que nos sintamos felices. El cerebro interpreta los movimientos de los músculos de la cara y libera esta sustancia química que nos ayuda a sentirnos más relajados. Como este órgano no distingue entre aquello que es real o imaginario, podemos fingir una sonrisa y de todas maneras obtendremos estos beneficios.

Además, es un acto mágico que se contagia y se comparte, pues al hacerlo regalamos felicidad a otros. Cada vez que le sonreímos a alguien, esa persona, con seguridad, nos sonreirá. Incluso el más serio no puede evitar sonreírnos si nos ve haciéndolo. De esta manera estamos induciendo no solo en nuestro estado de ánimo, sino en el del otro. Y le enviamos señales al resto de los individuos sobre lo agradables que somos, lo que permite atraer una mayor cantidad de personas a nuestras vidas.

Asimismo, se ha asociado la sonrisa a la reducción de los niveles del cortisol que es la hormona causante del estrés. Por ello, sonreír alivia el estrés (la toxina número uno de la vida moderna). También disminuye la presión arterial y desacelera el corazón; sonreír es un medicamento natural. Reír a carcajadas no sólo tiene un efecto analgésico que calma el dolor, sino que permite liberar emociones reprimidas. En este sentido, resulta un acto sumamente liberador que expande nuestros pulmones y permite relajar el cuerpo.

Por último, nos convierte en personas atractivas. ¿Quién no se ve lindo sonriendo? Cuando tenemos una sonrisa en el rostro, no importa qué tan agraciados seamos externamente. Cada vez que reímos nuestra belleza interior se desborda y, automáticamente, reflejamos una luz especial capaz de maquillar cualquier imperfección física.

En la actualidad, pareciera que reír en exceso es un acto exclusivo de los niños y de esas personas que mencioné al principio. Si retomamos el hábito de reírnos más y somos constantes en eso, en poco tiempo lo convertiremos en algo espontáneo, en una de nuestras costumbres favoritas. ¿Cuántas veces has sonreído hoy?

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Erika De Paz

Comunicadora social caraqueña egresada de la Universidad Católica Andrés Bello. Instructora de Pilates y practicante de yoga. Adora leer, escribir y pasar tiempo investigando sobre el bienestar. La salud, la buena alimentación, el deporte y la felicidad son sus temas favoritos, y los protagonistas de este blog.

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