No sufriré cuando me mire al espejo. Muy por el contrario; me maravillaré de la espléndida mujer de casi 50 en que me convertí.
Sin darme cuenta me mantuve andando por la vida a buen paso. Atrás quedó el frío, la tristeza y tanta incomodidad.
Mis manos están reventadas. Son las manos de una obrera que trabaja los 7 días de la semana, mínimo 18 horas diarias.
Cambié el suéter raído con el que dormía por un hermoso piyama de seda.
Tuve fe. Creí en Dios, en mí y en la gente.
Acepté situaciones que en su momento fueron difíciles. Muchas veces bajé la cabeza, pero seguí, nunca paré y avancé. Progresé. Tan solo el año pasado estuve en La Habana, Belice, Cozumel, Roatán, La Rivera Maya, Madrid, París, Londres y Oxford.
Ya no lloró por las pocas cosas que dejé en mi País, las que con esfuerzo compré y vendieron tras mi partida. Atrás quedó la ingenua adolescente que llegó hace tantos años a Panamá con una maleta repleta de ilusiones.
Por eso y más, hoy le doy gracias a Dios de que está segunda adolescencia me sorprendiera sin equipaje y respirando libertad.
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“Mi segunda adolescencia”.
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