Aproveché mi escala en Bogotá para visitar la librería del aeropuerto. Me horrorizó que promocionaran “Las mujeres que aman demasiado” de Robin Norwood.
Encontré la novela histórica que tanto buscaba, agregué a mi cuenta una agenda, pagué y salí.
La agenda resulto ser un conjunto de mensajes para adolescentes. Corrí a cambiarla. Insistieron en que llevara el extraño libro que tanto promocionaban, total costaba lo mismo y entre eso o la agenda, llevé el libro.
A medida que lo leía tristemente me identificaba con mujeres que habían tenían un rol adulto dentro del hogar siendo aún niñas. Desde pequeña fui la confidente de mi madre, enterándome de problemas, intentando buscar solución a situaciones que solo concernían a los adultos.
Recuerdo verla llorar de manera inconsolable, mientras aseguraba no saber que hacer.
Crecí de manera al garete dentro de un total libertinaje, convencida que siempre tenía y debía cuidar a mi madre, y no al contrario.
Tomé decisiones para las que no estaba preparada. Me mudé de País y esa crucial decisión hizo que me saltara la adolescencia. A los 16 inicié trabajando como aseadora sin siquiera terminar mis estudios.
El tiempo pasó y en medio del caos retomé finalmente mis estudios. Culminé graduándome de Abogada con el primer puesto de la promoción.
Tardé demasiado en irme de casa, y es que al inicio ni siquiera lo consideré una opción.
El paso de los años me llevó a entender que no era responsable emocionalmente por nadie más que por mí misma.
Hoy paso un día a la vez porque aún soy (a mi juicio) una codependiente en recuperación que extendió sus alas y se maravilló con lo hermoso de volar.
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Un abrazo bendiciones y mil gracias por leerme.
Con todo cariño,
Tatiana