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Lo imaginé, lo sentía y aunque me quemaba esa idea, al final lo ignoraba. Que tonto fui por vivir de una idea, por solventar nuestra relación de momentos y no de experiencias. Que tonto fui al implorar que te quedaras mientras que tú ya habías decidido irte desde el momento que te conocí.

No me queda más que desearte suerte, abrir los brazos para dejarte ir mientras que mi corazón le grita a tu pecho que abra las puertas para que dejes entrar a este pobre mendigo del amor.

Es probable que tanto amor te espantara, no imagino mi cariño en dedos de otra mujer y aunque sea con miles que lo intente, tu lugar quedará marcado con letras imborrables y tristes que me siguen engañando a pesar de que mi mente te siga queriendo.

Te fuiste, ¡SÍ! qué triste, que agonizante se volvió tu marcha, que arrogancia la mía el creer que jamás te irías, que patética se siente la vida sin ti, sin tus abrazos, sin tu mirada perdida, sin tus excusas, sin tus besos que los combinabas con miel y alcohol y que poco a poco me supieron amargos porque de aquella receta, suprimiste a la miel y al amor.

Hoy vengo a aceptar que te fuiste y en tu marcha te llevas las canciones alegres, mis sonrisas, mis sueños y ya no queda nada bueno en mí, simplemente queda lo que era sin ti.

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