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Hace unos ayeres que vi a un hombre al borde de una barda, extendió sus brazos y gritaba que era un pájaro mientras la luz del atardecer reposaba en todo su ser. Gritaba tanto que la gente le veía feo, se burlaban de lo que presuntamente era un loco. Yo no llegué a pensar eso, al contrario “Un cuerdo en tierra de locos” fue la frase que llegó a mi cabeza.
Era increíble que la gente se burlara de esta persona, se puede entender porque algo que rompe con nuestra rutina lo catalogamos como “anormal” y suele caer en lo desconocido y ante ello, nos llenamos de risas o de miedo.
El sujeto a pesar de la burla movía y movía sus brazos, parecía que nada le importaba, ni el tiempo, ni la muerte, posiblemente una sola cosa, ser libre, ser libre mientras los demás somos presos de la rutina y las actividades diarias que nos someten a la agonía de un nuevo vivir.
Desearía tanto poder experimentar lo que “El hombre pájaro” estaba experimentando, sentirse libre es la sensación más pura de felicidad, cuando somos libres es cuando más felices nos sentimos ya que la felicidad se origina por micro segundos, pequeños momentos tan simples como la brisa pegando en la cara o el sol cayendo lentamente mientras uno se levanta,
No cualquiera tiene las agallas y la valentía de ser un hombre pájaro, no todos estamos hechos para lo desconocido, no cualquiera enfrenta la crítica de aquellos que no se animan a ser felices por su cuenta y tienen que refugiarse en la felicidad de los otros para sentirse bien y dar por alto la vida tan jodida que viven.
Es duro ir en contra de lo establecido, duele darse cuenta que los significados los ponemos nosotros y no los demás. El hombre nunca voló, pero si su alma, si su espíritu, si su pensamiento y ahora su felicidad está por los aires.
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