Dioses, santería, rituales, seres, criaturas fantásticas y una mágica belleza natural, son los elementos que dan vida a estos cuentos. A través de estas páginas, el lector disfrutará de las travesuras, aventuras y tretas de los dioses lucumíes, personajes originarios de la santería cubana, punto de encuentro entre tradiciones religiosas católicas y las costumbres de los yoruba, procedentes de Nigeria, sino que podrá conocer una de las facetas más apasionantes, misteriosas y mágicas de la cultura ancestral cubana.
Emí Laará: es un abrebocas que nos dejará con la siempre increíble sensación de querer saber más; una colección que demuestra que es verdad lo dicho por uno de los fundadores de los estudios afro matanceros, Israel Moliner Castañeda:
“Madre e hijo, al arrullo de la brisa tropical, perpetúan la tradición de los pueblos…que los niños aprendan lo mejor de cuanto conocen los mayores…para que sean útiles…para que sean sabios…o mejor aún…para que sean buenos….”
Los invito a leer L a Gran Carrera, un cuento del libro Emi Laara: pequeñas historias para soñar. Después me dirán si es verdad que el libro es una efectiva estrategia cultural para defender la triple identidad de sus autores: su identidad como negros…como artistas y como…CUBANOS.
LA GRAN CARRERA
En un lugar de la sábana entre la brisa y el sol, Awá y Akiko, dos de los animales más importantes en las ceremonias de los lucumíes, disputaban sus habilidades. A lo lejos, Akeké, un pequeño pollo los observaba.
—Pues, mi querido Akiko—dijo Awá—yo tengo una gran resistencia, recorro ese bosque en solo dos segundos.
—¡Yo soy más rápido!—grito el polluelo mientras se acercaba.
—¡Cállate, mocoso!—ordenó Akiko y con un movimiento de sus alas increpó al pato.
—Pues me río… ¿No recuerdas que mi padre es el Dios Rojo y el rayo?—dijo orgulloso.
—Tú correrás en dos segundos, yo lo hago en uno… ¡Soy el más rápido!
— ¡Yo lo soy más!—vuelve a murmurar Akeké en voz baja pero con firmeza.
— ¡Silencio de una vez! —advirtió Awá, mientras alzaba su cabeza para responder al gallo—yo me río, me río, me río, pues mi madre es la reina azul, la tempestad, el mar; es el agua que apaga toda la candela.
—Decidamos corriendo—propuso Akiko.
—Acepto, pero lo hacemos ahora—propone Awá.
—Yo quisiera competir también—interviene Akeké y se colocándose entre Akiko y Awá, recibiendo un poderoso golpe alado que le hizo rodar por el suelo.
—– ¿Qué dices? ¿No te das cuenta que apenas has nacido?—pregunta Akiko.
—Yo les ganaré.
Mirándose Akiko y Awá, casi al unísono exclaman:
—Te dejaremos correr; pero si llegas último, te daremos una soberana paliza por atrevido.
—Acepto. Les enseñaré a respetar a los pequeños, aunque parezcan insignificantes—contesta Akeké.
Sin disimular la risa y las miradas de burla, Akiko y Awá lo invitaron hasta el final de la sábana, allá donde comienza la casa verde del dios Osaín. Al llegar, hablaron con Awemá y esta con un movimiento de su cola dio la arrancada para la gran carrera.
Raudos y sin preocuparse por Akeké los otros contrincantes se lanzaron en pos del bosque. Al principio avanzaron fácilmente, más después, al internarse en el corazón del reino de Osaín, señor de árboles y yerbas, el monte se hizo más tupido, como si un manto de alas verdes cubriera el sol.
Ala con ala, pata con pata, pico con pico, corrieron sin que ninguno sobrepasara al otro, hasta que casi extenuados por el esfuerzo, fueron aproximándose al final del Ibó Findó. Ya la vegetación era menos espesa y al llegar a un claro podía divisarse la meta; sin embargo, en ese instante, algo les hizo paralizar la carrera.
Allá….en la llegada …Akeké los esperaba tranquilamente. Cuando estuvieron junto al polluelo, este no los dejó hablar y solo comentó:
—Usted, mi señor Awá, ¿no es el hijo de Yemayá, la gran dueña del mar? Y usted, mi señor Akiko, ¿no lo es acaso del poderoso y valiente Shangó? Pues mi padre es Ellegwá, quien con su garabato abre y cierra todos los caminos, sus pies son de viento y por eso nada puede avanzar más rápido que él o sus hijos. Nadie habló más. A lo lejos una ráfaga se alzó violenta agitando todo el Ibó Findó. Akeké partió en busca de ella. Un rato más tarde, antes que el canto anunciara la llegada de la noche, todos retornaron a sus casas.