La torta estaba lista. Era un pie de limón hermoso, de esos que yo solo sé hacer. El merengue brillaba, provocaba comerlo con los dedos. Solo faltaba broncear un poco la palidez de esas claras batidas, así que aproveché la ocasión para estrenar el horno de mi abuela (un horno pequeño que, por ser un tanto moderno, ella prefería no utilizar).
Lo encendí, metí el pie o pay (como algunos insisten en escribir esta delicia), nos sentamos a hablar y la cocina se prendió en llamas. Las llamas salían por las gavetas… Si no hubiese sido por una olla llena de sopa que mi papá utilizó para apagar el fuego (y un montón de agua), la cocina se quema entera.
Al ver aquella fogata sin mar, mi abuela se paralizó y se sentó en una silla. Yo tenía que llamar a los bomberos, pero preferí correr; fui la primera y la única en salir de aquel apartamentito: en cuestión de segundos estaba en la calle. Las reacciones fueron distintas: yo hui, mi abuela se sentó, mi papá bajó los breakers… Del resto no me acuerdo (yo estaba en la calle); solo sé que todos reaccionamos (a nuestra manera) y gracias a la adrenalina no se achicharró la cocina. Pero ¿qué es la adrenalina?
La adrenalina es una hormona liberada por las glándulas suprarrenales cuando nos encontramos en situaciones de alerta o peligro. Sirve para transmitir información de una neurona a la otra, y resulta importante en la respuesta que tenemos a ciertos estímulos. Cuando se segrega, se contrae el corazón, aumentan nuestras pulsaciones, la respiración se acelera, se detiene el movimiento intestinal, las pupilas se dilatan… y nuestros sentidos se afinan.
Estos cambios nos preparan para afrontar cualquier evento que pueda ocurrir, permitiéndonos responder rápidamente. Es una hormona mágica: una vez que se produce la descarga, nuestro cuerpo está listo para luchar (como ocurrió con mi papá) o para huir (como ocurrió conmigo).
Hasta aquí la adrenalina es maravillosa. El problema con ella aparece cuando se prolonga: en ese momento se vuelve perjudicial para la salud de cualquier mortal, específicamente para aquellos que, debido al estrés con el que viven constantemente, la liberan en exceso.
Los estresados como yo “sudamos” adrenalina, lo que nos pone muchas veces a tener una respuesta de “lucha o huida”; un mecanismo que nos impide pensar racionalmente. Si existe mucha adrenalina en el cuerpo, nuestro sistema inmunológico se empieza a debilitar, y esto afecta muchas otras funciones de nuestro organismo.
Además, al estimular demasiado el sistema cardiovascular, somos más propensos a sufrir accidentes cardiovasculares y a padecer de los nervios. Nuestra calidad de sueño también se afecta, así como la concentración. Y esta tensión continua podría producirnos úlceras, dolores de cabeza, subidas de tensión…
Una opción un tanto “cliché” pero efectiva para regular el exceso de esta hormona, consiste en meditar y hacer yoga. Asimismo, no debemos olvidar dormir las horas necesarias, comer bien, y evitar el consumo excesivo de café.
Pero ¿por qué se prendió la cocina? Por la bondad de un señor que, sin malicia, instaló el horno (mal instalado). Un favor que casi cuesta una cocina o un apartamento; un favor que me hizo sentir la furia de lazarme en bungee mientras bajaba las escaleras de aquel edificio. Él nunca lo supo, pero ese postre lleva su nombre; en mi casa lo llamamos Ventura’s Cake. Después de todo, aquel favor lo hizo con la mejor intención de todas y siempre pensamos que merecía un pequeño reconocimiento.