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No puedo meditar. No sé hacerlo, no entiendo cómo la gente lo hace. No logro mantenerme quieta, inmóvil, con los ojos cerrados… No soporto permanecer así por minutos, minutos que parecen horas. No consigo conectarme con mi interior, ni siquiera sé cómo encontrar la paz, esa que solo tiene mi apellido.

Existen personas que meditan con facilidad. Ni a ellos ni a los que detestan el chocolate los comprendo. Tampoco es que los considere una raza superior (casi), pero estoy convencida de que tienen algo que a mí me falta: el don de poder controlar la mente.

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Quizá, ellos meditan sin expectativas. Yo, en cambio, solo pienso en mi objetivo: meditar al más puro estilo budista. Pero tener la meta clara no parece ser la clave para lograr la meditación perfecta. Yo todavía no la logro; solo consigo frustración, desespero y unas ganas enormes de desistir cada vez que lo intento.

Creemos que para meditar tenemos que perdernos en medio de una montaña, o alejarnos de la civilización. Hay quienes aseguran, incluso, que lo importante es dejar de pensar (¿quién deja de pensar?). Al parecer, este mismo grupo de personas afirma que si no ponemos la mente en blanco, jamás lograremos la ansiada meditación (¡qué esperanza la mía!).

Afortunadamente, la verdad es otra. Para meditar, no debemos borrar la mente ni fulminar nuestros pensamientos. Más bien hay que comenzar a cambiar la relación que tenemos con ellos, lo que puede resultar complicado al principio. Sin embargo, si consideramos algunos aspectos al momento de adentrarnos en esta práctica ancestral, con seguridad, lograremos conectarnos con nuestro interior.

Lo primero a tomar en cuenta para comenzar a meditar es el lugar. Este espacio debe ser silencioso y tranquilo; un rincón de nuestra casa puede funcionar perfectamente. Solo tiene que brindarnos paz y propiciarnos la conexión que tanto deseamos. También debemos llevar ropa cómoda, y no olvidar quitarnos los zapatos: nuestros pies merecen un respiro.

Es necesario que nos sintamos a gusto. Para muchos, mantener la espalda recta durante la meditación puede resultar insoportable (aunque esto es importante para que se dé el flujo de energía). Por ello, descartan la posibilidad de meditar aunque sea una vez en sus vidas. No necesariamente tenemos que sentarnos como los yoguis. Podemos hacerlo sobre un cojín o acostados (aun cuando algunos no lo recomiendan, pues podríamos terminar dormidos).

Hay quienes sugieren meditar a primera hora de la mañana para empezar el día con energía. Sin embargo, existen personas que lo hacen al finalizar la tarde para drenar todas las tensiones. Asimismo, se debe evitar hacerlo justo después de comer; pero si se tiene hambre, lo ideal es ingerir algo ligero.

Otro truco importante, una vez que iniciamos la meditación, es concentrarnos en la respiración. A muchos les sirve repetir mentalmente un mantra (palabra o frase); otros prefieren colocar música. También podemos enfocarnos en cómo sentimos cada parte de nuestro cuerpo, cada músculo… Y, aunque no lo creas,  tener una sonrisa en los labios nos ayudará enormemente en nuestra práctica; así como relajar la mandíbula y evitar fruncir el ceño.

La meditación no debe requerir ningún esfuerzo. Podemos comenzar con algo pequeño: solo unos pocos minutos. Hay que ser realistas y  ponernos metas cortas, poco a poco iremos extendiendo nuestro tiempo. Lo importante es evitar sentirnos decepcionados si al principio no conseguimos lo que nos proponemos. Ojalá logres meditar, yo todavía no he podido…

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