“Aquí en Canadá, el gobierno brinda mucho apoyo a los niños, mujeres y ancianos”. Ese, era un pensamiento que Juliana tenía muy presente y, esa viejita de dulce rostro que estaba a su lado esperando el autobús, parecía una buena persona. Seguramente, era una abuelita muy amorosa con sus nietos.
Eran un día jueves, y Juliana se encontraba con su hija Paola de un año, esperando el autobús ruta 67, que circulaba por toda la rue Saint Michel. El autobús hace una parada obligatoria enfrente del metro Saint Michel, ahí, estaban mama e hija, se dirigían al sur, a la rue Laurier.
Juliana era una mama joven con una actitud bastante discreta, callada y apariencia sencilla. Cabello y ojos color castaño, piel morena, complexión y estatura pequeña. Su esposo que, llego dos años antes que ella, ya hablaba francés, mientras que Juliana tenía escasos seis meses en Montreal. Merci, S.V.P, Madame y Excusez ‒moi eran las únicas palabras en francés que salían de su boca. Según ella, era el tiempo y el clima que, la hacían ser más tímida y retraída de lo normal.
En el momento que ponía un pie fuera de su casa, sentía una sensación rara, le daba vergüenza hacer muchas cosas, pensaba que todo Montreal la estaba observando. No tenía amigos, solo hablaba con los amigos de su esposo. Él le decía que no se preocupara que cuando comenzara la” francisacion” conocería mucha gente. No salía mucho, pero a veces era inevitable tenía que hacerlo, pero no se arriesgaba ir lejos ya que todavía no conocía bien la ciudad.
El semáforo se puso en verde, y una viejita cruzo la calle y se paró atrás de ellas esperando también la llegada del autobús. Era como de 75 años, piel blanquísima, ojos verde claro, el poco cabello que le quedaba era completamente blanco, bajita de estatura, la vejez ayudo a verse más pequeña. Su rostro era afilado, con gesto de fastidio o cansancio, su piel llena de arrugas y manchas color marrón, mirada fría.
La anciana, se apoyaba de un bastón para caminar, su paso era lento y pesado, jadeaba cada vez que daba un paso. Vestía de una manera muy sencilla, nada en especial, eso sí muchas joyas, de oro, probablemente, y cargaba un gran bolso de color café que lo sujetaba con fuerza con la mano, como evitando ser robada.
La octogenaria, fijó su mirada en Paola quien se encontraba sentada en su carriola, jugando con un pequeño juguete atado a esta. La miró con insistencia algunos segundos y después le dijo:
‒⸻ Que niña tan linda, que lindo color de piel, Cual es su nombre? ‒⸻ intentando tocar con sus dedos huesudos, el rostro delicado de la niña, pero no pudo, entonces toco brazo de Juliana.
¡Que manos tan frías! ‒⸻ se dijo Juliana, a sí misma, Sus ojos se quedaron fijos en la mano de la anciana, le impresiono ver una piel tan delgada, unas venas gruesas de color azul o morado que, se podían ver claramente ‒⸻ Si fuera enfermera, no me costaría trabajo sacarle sangre a esta mujer ‒⸻ Pensó.
‒⸻ Gracias, ¡oh perdón! merci, merci… ‒⸻ Movió la cabeza. ‒⸻ Se llama Paola.
‒⸻ ¿Latinas, habla espanol? ‒⸻ Pregunto la anciana.
‒⸻ Oui. ‒⸻ Respondió con pena Juliana.
Se sentía torpe diciendo una simple palabra como: Merci o Oui. Y decía “gracias” en español y se acordaba que tenía que hablar en francés y se retractaba con rapidez y volvía a repetir un “Merci” con inseguridad.
Y entonces, llego el autobús. Juliana toco el brazo de la anciana como para protegerla, advertirla que el autobús se pegaba mucho a la acera y la anciana se encontraba parada muy cerca. Toco una piel muy suave, una piel que casi no existía. Una sensación extraña la hizo retirar su mano rápido
‒⸻ Oh, no, no, estoy bien, estoy bien ‒⸻ dijo la anciana
Juliana, le dio el paso a la anciana, esta, se sentó en el primer asiento, exactamente atrás del conductor. A Juliana le hubiera gustado irse a la parte trasera del autobús, sin embargo, el área reservada para niños con carriola era a un lado del primer asiento.
El autobús venia casi lleno, era el medio día, pero así como subía, bajaba gente. Era un día muy agitado, por tanto, todo mundo hablaba: El novio con la novia, la amiga con los amigos, el estudiante con sus compañeros de clase, la señora con el señor, la madre con el hijo, y los que iban solos el celular era su mejor compañía haciendo llamadas o jugando.
De repente se escuchó un grito: ¡Michael Jackson murió…!
Juliana, puso un gesto de incredulidad, algún bromista, seguro. ¡ ¿Cómo va a morir Michael Jackson?!
El rumor se esparció en todo el autobús, y entonces las voces de los pasajeros se hicieron más fuertes. Ahora muchos hablaban de esa increíble noticia.
¿De veras murió? pero ¿Cómo? se preguntaba ella.
Mientras ella estaba perdida en su asombro, su hija se entretenía con el mismo juguete.
Michael Jackson, era su artista favorito, ella pudo haber llorado y nadie la habría notado, ni escuchado, excepto… la anciana quien las observa fijamente. En su mirada se podría ver la desconfianza y el desagrado hacia la madre y la hija.
Faltaban, seis paradas para la rue Laurier, cuando el autobús paro en la rue Beaubien, y subió un hombre que hizo sonreír con mucha alegría a Paola.
‒⸻ ¡Hola, mi amor¡
Era su papa, quien coincidía con su esposa e hija en el mismo autobús. Besó a su hija, besó a su esposa, en la mejilla y se dispuso a platicar con ella. Entonces ella le pregunto.
‒⸻ ¿Ya escuchaste?, murió Michael Jackson, yo pensé que era broma.
‒⸻ Si, me dijeron en la mañana, Uy. Increíble, para no creerlo.
Había tantas cosas que platicar, de Jackson, el trabajo, la guardería, y más… El, en su mano llevaba una bocina redonda, de colores vivos, esas que son para la bicicleta y que, se venden en Dollarama por un $ 1. 25.
La bocina tiene una palanquita que al presionarla emite un sonido inconfundible. La niña de inmediato se la quito de la mano. Su natural curiosidad hizo que moviera la palanca una y otra y otra vez. El autobús era una fiesta de ruido y platicadera, ¿quién se iba a molestar por un ruido más? Todos estaban en su mundo o simplemente no ponían atención, era solo un bebe que se entretenía con algo, bueno todos menos… la anciana.
Si, ella, quien comenzó a reír de una manera nerviosa, se balaceaba de un lado a otro en su propio asiento. Impaciente, estiro su esqueleto brazo y comenzó a manotear, señalando a la Paola, como diciendo: “Para, para”. Alargo más su brazo, lo movía como queriendo arrebatarle el objeto a la pequeña y le dijo:
‒⸻ C’est suffi, c’est suffi… toi, toi arrêt…
Pero los padres de Paola, hicieron como que no la escucharon, la ignoraron, ya que su expresión y tono de voz se tornaba un tanto molesta; y continuaron platicando del tema del momento: Michael Jackson.
Fin de la primera parte
Relatos de una desconocida: El día que murió Michael Jackson