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“Enseñar a comprender” – Lisandro Prieto Femenía

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Usualmente se entiende por “enseñanza para la comprensión” a la actividad pedagógica que pretende que los alumnos, además de tomar conocimiento acerca de contenidos académicos específicos, puedan interpretar los mismos de manera tal que puedan “utilizarlos” en su vida cotidiana. Si bien consideramos que dicha estrategia del desarrollo de las capacidades de lecto-escritura es necesaria, es preciso indagar particularmente sobre la injerencia específica del proceso de comprensión.

En filosofía contamos con una disciplina denominada hermenéutica, que versa sobre la interpretación de textos. Se trata de poner en contexto al conocimiento a través de una interpretación que busca comprender en profundidad el sentido de aquello que se presenta como “texto”. Pero, ¿qué entendemos por “texto”? En este sentido, la hermenéutica considera “texto” no sólo al escrito, sino a toda manifestación humana o fenómeno que sea digno de interpretación: el diálogo, la acción, una manifestación artística, o la realidad misma, si se quiere, como señalaría Heidegger al manifestar su “hermenéutica de la facticidad”. En definitiva, desde esta perspectiva filosófica, todo cuanto acontece al ser humano es digno se ser interpretado y comprendido.

Ahora bien, cuando analizamos el proceso de enseñanza-aprendizaje de alumnos de Nivel Inicial, Primario y Secundario, tendemos a pensar que los contenidos impartidos por los docentes deben ser “entendidos” por los aprendientes y tal vez olvidamos que “entender” y “comprender” no significan lo mismo. Podemos entender algo, pero desconocer totalmente su sentido, es decir, su significado cabal. La prueba de ello podría encontrarse cuando preguntamos acerca de una duda que tenemos, y al recibir una respuesta la entendemos, pero no comprendemos el “por qué”.

Justamente, aquí entra la hermenéutica a jugar un rol fundamental, y a ofrecer a la pedagogía un camino, puesto que ella busca la comprensión, acompañada al entendimiento, a los fines prácticos de lograr que el alumno encuentre sentido a lo que aprende.  En este punto es preciso señalar algunas precisiones terminológicas fundamentales. Entender no necesariamente implica comprender. Y, en el ámbito educativo formal, aprobar una materia no es condición suficiente para afirmar que fehacientemente se ha comprendido. Todos podríamos acordar en esta noción básica: todos aquellos aprendizajes que consideramos comprendidos nos han acompañado durante toda la vida, o, en palabras coloquiales, “lo que se aprende bien, no se olvida jamás”.

En ese sentido, el desafío filosófico en el camino pedagógico no es fin en sí mismo, la comprensión cabal definitiva de ciertos contenidos académicos, sino el proceso a través del cual se aprende a comprender. No se trata solamente de “enseñar a estudiar” o de ofrecer técnicas de estudio, lo cual no está nada mal, pero es insuficiente. La hermenéutica en general, y la hermenéutica analógica en particular, nos dirá que es necesario enseñar a pensar, a tener juicio o criterio propio a través de un discernimiento que contextualiza aquello que se quiere aprehender, evitando por un lado el univocismo literal, que pretende un grado de objetividad pura e inescrutable, como también el equivocismo, que pretende hacernos creer que toda interpretación es subjetiva y que su validez carece de sentido en cuanto a cualquier pretensión de objetividad. Pues no, justamente la analogía es la búsqueda de proporción entre extremos contradictorios: ni relativismo puro ni objetivismo con pretensión de incuestionabilidad.

Se trata de una manera prudente de aproximarnos al objeto de conocimiento pero también a sus fuentes, a saber, a la coexistencia entre docente, enseñanza y alumno. La relación hermenéutica con el contenido será tomada desde otro punto de vista: fomentar el interés por interpretar, aprender y comprender para construir conocimientos significativos.

Como podemos apreciar, si tenemos en cuenta estas estrategias que la hermenéutica analógica ofrece a la pedagogía, notaremos que el foco está puesto en una educación integral, en la que el entendimiento por parte del alumno no será suficiente si el mismo no puede dar fe de aquello que dice haber aprendido.

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