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Cuando programe mi tercer viaje a Europa, aprendí una que otra palabra en Francés: -Buenos días, me llamo Tatiana, y te amo querido.
En el último de mis tramos aéreos, debía cambiar de aeropuerto dentro de París.
El trayecto duraría 50 minutos en plena congestión, y yo tenía 4 horas, tiempo de sobra.
Lo que no calculé es que habría alerta de bomba y cerrarían parte del aeropuerto, suspendiendo todo el transporte. Ante mi angustia de perder el vuelo, una funcionaria me ayudó a salir por una parte restringida del aeropuerto. Corrí hasta conseguir un taxi.
El taxista aceleró todo lo que pudo, busco en su celular mi puerta de abordaje e incluso aceptó que pagará parte de la tarifa en dólares porque no había cambiado suficientes euros.
Mi retraso fue de más de 3 horas y el vuelo se fue si mí. La gente me consoló al verme llorar. Algunos incluso me buscaron otros vuelos que salieran esa misma noche. Encontraron varios pero debía tomar un tren a otra terminal. Una chica que iba para Escocia se ofreció a acompañarme. Tomamos el tren y fuimos a todas las aerolíneas. Ninguna tenía cupo. Cuando vio que no volaría, me pidió el Instagram de mi familia para avisarles que yo no llegaría.
Me instalé en el área más segura del aeropuerto para descansar, pero pasada media noche todo va cambiando. Un muchacho se quedó cerca de mi para que no vieran que andaba sola. A las 4 de la madrugada cogí mis cosas para salir de la terminal; debía caminar un largo tramo hasta el tren para ir a la estación de la que saldría mi nuevo vuelo. Un señor de seguridad me acompaño todo el trayecto para que no lo hiciera sola.
Entendí que “las escalas” que hacemos, sirven para detenernos y darnos cuenta que no estamos solas. Y que siempre tendremos a alguien para tendernos la mano, mientras nuestro corazón retoma el calor.
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Si quieres recuperar tú autoestima y aprender realmente cómo seguir adelante, lee mis libros de principio a fin, porque en ellos te enseñó a lograrlo.
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Un abrazo y mil bendiciones.
Con cariño, Tatiana
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