De camino a casa me mantuve pensando en lo que me estaba convirtiendo. Llegué a la conclusión de que estaba confundido, no sabía si la persona del hoy era mejor que la de ayer. No puedo controlar lo que fui, pero puedo controlar lo que soy y aunque me duela, el futuro es incierto y nadie puede hacer nada ante eso, auque tal vez no sea así. Al final de todo, el pasado no se cambia, todo parte del presente. Para que te guste tu pasado, tu presente debe de ser perfecto o al menos rosar esa perfección y para que el futuro conspire a tu favor, la constricción del hoy es vital.
Tanto razonamiento hacía que mi cabeza diera vueltas y vueltas, pensaba más en mi acompañante, aquella mujer que detonó la duda del ayer, cuestionó mi futuro y analizó mi presente. Ella es la verdadera culpable de todo, creo que a su forma, a su manera, me ha ido modificando, moviendo a su antojo, poniéndome y quitándome rasgos que no eran míos, eran de ella y a pesar de eso, me gustaban y a la vez me asustaban.
Estaba dejando de ser alguien para convertirme en otra persona. Es difícil decir adiós al reflejo que durante mucho tiempo te acompañó, hizo cosas buenas y otras que nos enseñaron algo. Ver su evolución, sentir su transformación es raro. Soy yo, pero dejé de tener características que me gustaban aunque yo supiera que estaban mal. Por ejemplo, jugar con la comida, me divierte, pero a muchos les parece infantil y me duele dejar de hacer eso, me duele tener que ponerme zapatos para andar en mi propia casa, me molesta tener que lavar los trastes cada vez que los uso, prefiero dejarlos un rato ahí.