La vida está llena de detalles. De eso estamos claros: aunque resulte cliché no deja de ser verdad. Las pequeñas satisfacciones existen, pero solo unos pocos sabemos identificarlas. Estas grandezas se disfrazan de pequeñeces, lo que suele confundir a unos cuantos. Aparecen encubiertas y llenas de tanta cotidianidad que, muchas veces, pasan desapercibidas. Por ello, es difícil para algunos apreciarlas pero, una vez que lo hacen, comienzan a ser verdaderamente felices (por lo menos se acercan más a este sentimiento).
No se trata de conformarse con poco. El asunto es más complejo: es saber alegrarse con lo que tenemos, sin importar que esto no sea suficiente. Tampoco debemos ser como Amélie, aquella camarera parisina alegre, protagonista de la película que lleva su mismo nombre. La cuestión es tener, al igual que ella, pequeños gustos que nos den felicidad; y que sin ser ostentosos nos alegren la existencia.
Tengo una lista enorme de estas “insignificancias”. Me encanta el olor de la lluvia, y dibujar corazones en papel cuando estoy fastidiada. También preparar café, enterrar los pies en la arena, y ponerme a imaginar la vida de las personas que veo caminar por la calle.
Sin embargo, uno de mis mayores placeres está en las uñas de mi abuela. Adoro estirar mis piernas sobre sus muslos, y pasar horas disfrutando de la maravillosa sensación que me produce cuando rasca mi piel.
No soy una rareza, ni mucho menos una extraña excepción: todos, en mayor o menor medida, somos dueños de pequeños placeres. Pero ¿qué tienen estas “menudencias” que nos llenan tanto? ¿Por qué son tan especiales? Precisamente por eso, por nada: sin pretensiones son capaces de llenar el alma de quienes las saben reconocer.
Según un estudio realizado en la Universidad Estatal de San Francisco, la mayoría de las 160 personas que fueron “analizadas”, no se arrepentían de lo que habían comprado. Pero aquellos que se centraban en sus experiencias, mostraron más satisfacción mucho tiempo después del momento en el que fueron felices. Esta es tan solo una de las tantas investigaciones que asegura que adquirir experiencias resulta más gratificante que comprar objetos. Y estos placeres esconden, precisamente, mucha experiencia.
Por otra parte, con la edad solemos apreciar estos pequeños instantes más que en nuestra niñez o juventud. De acuerdo con una investigación de la Universidad de Dartmouth y de la Universidad de Pensilvania, la felicidad aumenta con los años. Al parecer, cuando nos hacemos mayores, las pequeñas cosas son las que más importan, y no los momentos extraordinarios, los cuales siempre dan felicidad independientemente de los años que tengamos.
En este sentido, considero que valorar los detalles constituye una estupenda forma de establecer nuevos hábitos positivos que nos permitan ser felices. Lamentablemente, no todas las personas son capaces de valorar estas pequeñeces. Y aunque a veces resulte difícil, podemos empezar a disfrutarlas, apreciando todo aquello que nos rodea. ¿Te animas?