Últimamente, el insomnio ha sido mi compañero más incondicional de todos. Aparece cuando no debe y me interrumpe uno de los momentos más felices del día, el momento de dormir. El insomnio es un maleducado, llega sin ser invitado y roba mis horas de sueño. Es de lo más irrespetuoso, inoportuno y dañino. Todas las noches me acuesto con la esperanza de conciliar el sueño, y todas las noches termino escribiendo. Cuando yo escribo, la gente duerme: el caos de la ciudad donde vivo parece esconderse. Sólo me acompaña el sonido de las teclas de mi pequeña laptop, y este insomnio que tanto detesto.
Para muchos, dormir es como respirar, lo hacen sin pensar. Para mí solía ser una actividad placentera, pero como en estos momentos está tan ausente, casi no la extraño. Me aterra acostumbrarme a esta falta de sueño, sobre todo por lo perjudicial que resulta para mi cuerpo. Durante años, se ha pensado que debemos dormir ocho horas al día. Pero esto no es cierto: no todos necesitamos dormir la misma cantidad de horas. Lo que sí es verídico es que si dormimos menos de lo necesario, no podemos beneficiar nuestro organismo.
Cuando dormimos descansamos el cerebro, y se fortalecen las conexiones neuronales, lo que ayuda a potenciar nuestra imaginación. La falta de sueño afecta nuestra capacidad cognitiva, que a su vez altera el procesamiento de información que realizamos durante el día, y nos afecta al momento de tomar decisiones. También permite que las células adiposas liberen menos leptina, la hormona supresora del apetito, y provoca que el estómago segregue más ghrelina, la hormona del apetito. Por esto, muchos estudios asocian la falta de sueño con la obesidad.
Dormir constituye una actividad tan importante para los seres humanos que cuando entramos en este estado de reposo, nuestro sistema inmunológico se regenera, el sistema circulatorio se fortalece, y nuestra vista mejora. Durante el sueño profundo, el organismo segrega la hormona de crecimiento, la cual es fundamental para la regeneración muscular. Este acto tan simple pero poderoso, también es beneficioso para el corazón: un estudio publicado en el European Heart Journal asegura que quienes no duermen profundamente tienen tres veces más probabilidad de sufrir una insuficiencia cardíaca que aquellos que sí lo hacen, ya que el insomnio aumenta la presión arterial y la frecuencia cardíaca. Por último, si queremos mantener alejada la depresión, debemos dormir. Esto no sólo relaja nuestro cuerpo, sino que facilita la producción de melanina y serotonina, las cuales contrarrestan los efectos de las hormonas del estrés.
Quizá existen quienes piensan, erróneamente, que si no duermen por dos días, solucionarán el problema durmiendo dos días seguidos. Aun cuando la pérdida de sueño es acumulativa, dormir no lo es. La cuestión no es dormir a medias como lo hacen los delfines, que deben permanecer siempre “medio despiertos” para poder mantener funcionando adecuadamente su respiración. No somos delfines, nuestro sueño debe ser profundo.
Todavía estoy esperando la visita de Hipnos y su hijo Morfeo, dioses de la antigua Grecia a quienes se les atribuía la necesidad de dormir. Según la creencia, ambos aparecían como humanos por las noches, y traían el sueño. Quizá algún día se presenten, quizá algún día me regalen eso que llaman “un sueño reparador”.