Hace unos meses recibí el regalo más incoherente del mundo: un chocolate blanco. Sé que quien me lo dio jamás leerá esto, por eso aprovecho estas líneas para criticar el detalle. Y lo critico porque esa persona me conoce, y sabe que si me va a dar un chocolate jamás se decidiría por uno blanco. Por alguna razón que desconozco, me hizo esta especie de broma o maldad (con mucha educación y disimulo, por cierto). En todo caso, fue un detalle, y los detalles siempre se agradecen, nos gusten o no. Después de todo, al menos sirvió para motivarme a escribir esto.
Aunque no es lo común, existen personas que adoran el chocolate blanco. Este alimento extremadamente dulce, que empalaga a la primera mordida, todavía tiene sus adeptos. Yo prefiero el chocolate oscuro; y si tiene avellanas, mejor. Pero más allá de mis preferencias, existe algo oculto en este producto sin color; una verdad que seguramente algunos conozcan pero otros no: el chocolate blanco no es chocolate, tampoco es leche. Entonces ¿por qué algunos piensan que es chocolate y que, de hecho, consumirlo puede resultar beneficioso para nuestra salud? Porque están confundidos.
Sabemos que el cacao tiene un sinfín de propiedades, eso nadie puede negarlo; y que el chocolate se elabora mezclando azúcar con pasta de cacao y manteca de cacao, dos productos que se derivan de esta semilla. El chocolate blanco se hace con la manteca o grasa de los granos del cacao, la leche y el azúcar; y no lleva pasta de cacao, que es precisamente la que contiene todas las propiedades beneficiosas que nos aporta esta semilla al organismo. Por esto, en esta chuchería blanca no encontramos polifenoles, unos compuestos con capacidad antioxidante. Además, este alimento es pobre en teobromina y cafeína, dos sustancias que producen ciertos efectos tanto en nuestro sistema nervioso como en nuestro cardiovascular. Técnicamente el chocolate blanco no es chocolate, es un derivado del cacao.
El primer chocolate blanco se creó en Suiza en 1930, cuando la empresa Nestlé sustituyó el cacao por la manteca procesada, manteniendo con esto el adictivo sabor de esta semilla. Por cada 100 gramos de chocolate blanco, hay 60 gramos de azúcar y 30 gramos de grasa. Aun cuando tiene más azúcar, hidratos de carbono y colesterol que el chocolate negro, no todo está perdido para este producto. Es importante rescatar que es rico en calcio, por lo que es bueno para la salud de nuestros huesos, y contiene más vitamina A y proteínas que el oscuro.
Si te gusta este “chocolate”, no tienes que dejar de comerlo sólo porque no aporta los beneficios del chocolate real. Lo único que debes evitar es consumirlo en exceso. Si lo que tienes es una baja de azúcar, este alimento será maravilloso para satisfacer esta necesidad y te dará mucha energía. Si, por el contrario, quieres obtener un poco de las milagrosas propiedades del cacao, sólo deberás preferir aquel de 70 % o más de esta semilla. Gracias por ese intento de chocolate, pero jamás me lo comí.