Detesto decidir. Prefiero que otro lo haga por mí o que la vida me obligue a hacerlo. Quizá parezca cómodo y hasta cobarde; sin embargo, para mí no tener opción se ha convertido en la “opción” más fácil. Pero la vida es otra cosa: “una continua toma de decisiones” (eso dicen). Y en este sentido, los que evitamos decidir estamos en desventaja: cuando llega el momento, no podemos escapar.
Pensar que podemos evitar tomar una decisión es como creer que es posible guardar chocolates por mucho tiempo. Aunque le des largas, el momento llega y, como una cachetada que no esperas y que te hace reaccionar, te toca decidir (o llenar tu boca de chocolate).
Decidir no ha sido mi fuerte en la vida, ¡para nada! Hasta para escoger una pintura de uñas, dudo. Sí, soy de las que lanza monedas, selecciona entre un montón de papelitos y luego sigue sin escoger una opción. Mi temor a equivocarme me ha frenado muchas veces, por eso pienso mucho. No quiero errores (aunque sé que nadie los quiere, yo los quiero menos) y esto evita que me arriesgue, que dé un paso sin analizarlo, que me lance al vacío…
Tomar decisiones es algo cotidiano pero difícil. Como en todo, a algunos les cuesta más que a otros. La mayoría de las decisiones que tomamos durante el día las hacemos de forma inconsciente: cepillarnos los dientes, manejar… Sin embargo, este tipo de decisiones no nos atormentan, son las otras (las cruciales) las que más nos estresan.
Existen muchas maneras de hacer un poco más llevadero esto de decidir. Una de ellas es tener las prioridades claras. Cuando logramos diferenciar lo que es importante de aquello que no lo es, tenemos un camino adelantado, ya que logramos ver con mayor claridad nuestras opciones, lo que facilita la toma de decisión.
Otro aspecto importante es dormir antes de decidirnos por “algo”. Según Matthew Walker, profesor de la Universidad de California en Berkeley, cuando soñamos nuestro cerebro “suaviza” todo aquello que nos da dolor y se logra reducir la carga emocional. Por ello, después de dormir podemos afrontar mejor los problemas.
Otro dato curioso es que resulta mejor tomar las decisiones importantes sin pensarlo mucho (resolverlas con nuestro inconsciente). De acuerdo a varios experimentos publicados en la revista Psychological Science, tener demasiado tiempo para pensar puede hacernos desviar, y facilita que tomemos en consideración aspectos pocos relevantes que pudieran influir de manera negativa en la decisión. En cambio, con respecto a las decisiones sencillas, estos estudios sugieren que resulta mucho mejor resolverlas de forma consciente.
Una vez leí que decidir es renunciar al resto. Sabemos que renunciar no es fácil, siempre cuesta y duele. Pero, sin duda alguna, es un precio que debemos pagar para aliviar la incertidumbre. Además, es sumamente necesario, sobre todo si tomamos en cuenta que “son [precisamente] tus decisiones y no tus condiciones lo que determina tu futuro”, tal y como asegura el conferencista Tony Robbins. Si quieres un mejor futuro, comienza a decidir. ¿Qué estás esperando?