Hay cosas en la vida que, simplemente, son mágicas. He sido muy afortunada en reconocerlas, darme cuenta de que existen y aprovecharlas al máximo. El yoga es una de ellas y, entre tantas posturas, las inversiones son las que mayormente me han permitido aceptar mis límites y reconocer mis capacidades. Por eso, en ellas existe un poco de magia, por eso son mis favoritas.
Llevo casi seis años practicando esta disciplina; me ha servido para calmarme, aquietar la mente, trabajar la ansiedad y aprender a concentrarme. Para mí, el verdadero desafío de esos 90 minutos de clase está en la meditación, y no en la ejecución de las “temidas” inversiones. Adoro ver el mundo al revés, cada vez que me invierto logro tener una percepción diferente de la vida. En ese momento no existe espacio para la desesperación, lo único que siento es una calma profunda y una paz infinita. Podría permanecer así por horas.
Muchos piensan que las asanas o posturas en las que se queda la cabeza abajo, y el resto del cuerpo arriba son las más complicadas. Lo que no saben es que, quizá, sólo se dejan llevar por las apariencias; por eso, una gran cantidad de personas no se atreven a realizarlas, ¡no saben lo que se pierden! Y es que estar de cabeza es divertido, reconfortante y, lo más importante, sumamente beneficioso para la salud.
Invertirnos es maravilloso para mejorar la circulación sanguínea, pues permite que llegue mayor cantidad de sangre al cerebro. Esto logra, a su vez, descongestionar las venas de las piernas, reduciendo la aparición de las varices. Por otra parte, al oxigenarse el cerebro, se beneficia nuestra capacidad mental como la concentración y la atención. Y al aumentar la irrigación sanguínea, aumenta el flujo de la sangre en el cuero cabelludo, lo que permite disminuir la aparición de las canas.
Asimismo, cada vez que practicamos estas posturas, se equilibra nuestro sistema hormonal, pues se estimula el sistema endocrino, regulando el funcionamiento de la tiroides. Al invertir nuestro cuerpo, fortalecemos, también, las cervicales, los hombros y los brazos, así como los músculos centrales profundos (oblicuos, transverso y recto abdominal), y aumentamos considerablemente nuestra fuerza.
Emocionalmente, este tipo de posturas tienen implicaciones importantes: ayuda a superar nuestros miedos y permite que ganemos confianza en nosotros mismos (una vez que dejamos a un lado el temor por invertirnos). Y a pesar de que todos sentimos miedo de perder la estabilidad, de caernos o golpearnos; debemos tomar en cuenta que precisamente con este tipo de postura trabajamos el equilibro. Finalmente, permanecer un tiempo en esta posición nos hace sentir más libre y livianos, y nos llena de mucha energía.
Aun cuando invertirse no tiene desperdicio, es importante no apresurarse ni tener como meta única la postura final. No importa qué tanto ni qué tan rápido avancemos para lograr estas asanas, si nos enfocamos en la preparación y en la conciencia de nuestro cuerpo, todo comenzará a fluir automáticamente. Esto nos enseña a ser perseverantes, a insistir y, sobre todo, a no claudicar. La práctica es lo único que nos permite perfeccionar los detalles; superando nuestros miedos, podremos enamorarnos de este tipo de posturas.
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Erika De Paz Comunicadora social caraqueña egresada de la Universidad Católica Andrés Bello. Instructora de Pilates y practicante de yoga. Adora leer, escribir y pasar tiempo investigando sobre el bienestar. La salud, la buena alimentación, el deporte y la felicidad son sus temas favoritos, y los protagonistas de este blog. |
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