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Hace mucho tiempo me contaron la historia de un soldado, un hombre que perdió todo aquello que podía perder, las secuelas de la guerra fueron tan grandes que lo mantuvieron fuera de su hogar por quince años, tiempo suficiente para que su padre, madre y hermanos murieran. Él no lo supo hasta después de las inmensas batallas que enfrentó.
Antes de ser reclutado se enamoró, el nombre de la mujer siempre cambia dependiendo de la voz que cuenta la historia y hoy me apetece ponerle Daniela.
-“Daniela, tengo que irme, no lo deseo pero me han hecho creer que es mi deber cuando mi deber es amarte y protegerte. Volveré, lo prometo y cuando lo haga seré el mismo hombre que hoy se despide.” Daniela presentía que esa era una mentira, así fue, pasaron los días, meses, años y el tiempo dejó de ser relativo, se convirtió en una mera especulación.
Las épocas pasaron, las estaciones del año repitieron una y otra vez hasta que el soldado pudo regresar. Aquel hombre con coraje y valentía que partía en dos piernas, llegó en una silla de ruedas, las extremidades inferiores las perdió igual que la vista y el gusto, pero el gusto por todo, la amargura lo encerró en su propia mente y esa es la prisión más devastadora que puede haber.
-“Jamás olvidaré su rostro cuando lo vi llegar al pueblo, no veía nada pero sé que a pesar de eso, no reconocía ni las piedras por las que su silla pasaba. Cuando le dieron la noticia de sus padres, no hizo ningún gesto, creí que hasta el oído había perdido. “No me digas que pasó, desde que salí de aquí, perdí todo” Fue lo que comentó.” Es lo que en algún momento me dijo aquel que me contó la historia.
Se acercaron para agradecer su enorme labor, le dieron toda clase de regalos, desde joyas hasta comida, no quiso ni tocarlas, simplemente las dejaba de lado, sus ojos eran tapados por unos lentes oscuros y su frente se podía a penas ver porque llevaba puesta una vieja gorra llena de tierra.
-“¿Dónde está Daniela? ¿También murió? Imagino que tiene un esposo o hijos.” Palabras que fueron emitidas por el soldado.
-“Perdí mi vida por esperarte ¡Mírate! Estás acabado, te recuerdo igual.” Una voz al fondo de la gente se escucha, ahí estaba Daniela.
-“Acabado estuve desde que te dejé, sé que no soy el mismo, pero el hombre que soy ahora te sigue amando como el de hace quince años, porque fuiste tú quien no me dejó caer, por ti no morí, por ti me arrastré una y mil veces para salvar mi vida. No puedo verte pero sí sentirte y sé que sientes que por fin volví, ahora sé que al fin estoy en casa.” Se fundieron en un abrazo y la gente creyó que quince años no habían pasado.
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