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Un monstruo frecuenta las recurrentes pesadillas de Miguel* de seis años, que nació y pasó sus primeros años en un rincón devastado por el conflicto en Colombia.

Ahora reasentado en Canadá, y durante una sesión de arte terapia, toma plastilina y hace una jaula. Con los clavos de plastilina delicadamente colocados, él mantiene al “villano” dentro, explica su terapeuta.

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“Los puntos hechos con la plastilina simbolizan clavos, para que el villano no salga y se quede dentro de la jaula”, dice Julia*, quien guía las sesiones semanales que duran una hora cada una.

La abuela de Miguel fue asesinada por combatientes rebeldes en el conflicto que lleva 52 años en Colombia, y que ha desplazado a 7 millones de personas dentro del país, y ha llevado a miles más al exilio, como Miguel, su madre y sus dos hermanos.

“Los problemas de salud mental pueden ser un concepto abstracto para personas que no han tenido contacto directo con los refugiados”.

La historia imaginaria, que se desarrolla en la seguridad de la habitación calma e iluminada de una organización en Montreal, es un método creado por el niño para afrontar el miedo y la ansiedad que lo han perseguido durante su corta vida. En esta actividad, explica su terapeuta, él se convierte en quien tiene el poder y se asegura de que el villano no lo seguirá asustando.

En el mundo, hay 65,3 millones de personas desplazadas por la violencia y la persecución. A pesar de que no hay cifras seguras de cuántos son afectados por el trauma mental, sí está bien documentado que los refugiados y solicitantes de asilo en Canadá y todo el mundo, han experimentado eventos malos, que incluyen la guerra, la tortura, la violencia, la persecución, el trabajo forzoso y la separación familiar.

Las investigaciones sugieren que estas experiencias adversas pueden contribuir a que los refugiados desarrollen una serie de problemas mentales, como depresión y ansiedad, problemas de comportamiento y enfermedades desarrolladas por traumas, incluyendo el trastorno de estrés postraumático. Y algunos, como el caso de Miguel, reciben ayuda.

Los síntomas psicológicos del niño empezaron a manifestarse cuando tenía dos años, explica María*, su madre. En ese momento, ella y sus tres hijos vivían en su hogar en Nariño, al sureste de Colombia, una zona atrapada por el conflicto, el cual está suspendido por un alto al fuego, mientras los rebeldes y el Gobierno buscan un acuerdo de paz.

Durante el embarazo de Miguel, la propia madre de María fue asesinada por los rebeldes, lo que la dejó emocionalmente abrumada. La violencia de los rebeldes obligó a la familia a huir a Ecuador, poco después de que Miguel cumpliera tres años, agregándole más angustia al niño.

Miguel*, un niño colombiano de seis años, dibuja en el Centro RIVO en Montreal, Canadá, antes de una sesión de arte terapia. © ACNUR/Giovanni Capriotti

“Su comportamiento se hizo más impredecible a medida que crecía. Sabía que teníamos que hacer algo. Él se cortaba a sí mismo y tenía violentos ataques de ira sin ninguna razón aparente”, recuerda María. “Él estaba temeroso y ansioso todo el tiempo. No podía estar cerca de personas. No podía ni siquiera jugar con niños de su propia edad”.

Sin poder hacerle frente, María decidió buscar ayuda en Quito, la capital de Ecuador, pero el apoyo psicosocial era escaso. Cuando la familia fue reasentada a Canadá en 2014, se hizo el diagnóstico de un desorden relacionado con el trauma y finalmente Miguel recibió la ayuda que necesitaba durante las visitas a RIVO, la organización sin fines de lucro en Montreal que brinda ayuda experta a refugiados que sufren las consecuencias de la violencia.

En RIVO, Miguel puede dibujar, hacer artesanías, jugar con plastilina y trabajar sus sobrecogedores temores con su terapeuta.

“Los problemas de salud mental pueden ser un concepto abstracto para personas que no han tenido contacto directo con los refugiados que sufren de trastornos psicológicos”.

“Es importante sensibilizar más a la población sobre las heridas emocionales para poder darles mayor visibilidad”.

“Por esto es muy importante sensibilizar más a la población sobre las heridas emocionales, para poder darles mayor visibilidad al ojo del público y de los gobiernos. No siempre podemos entender lo que las personas con enfermedades mentales han pasado, pero tenemos que escucharlos, apoyarlos y ayudarlos a reconstruir su identidad y autoestima”, añadió.

El ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, reconoce que la salud mental y el apoyo psicosocial son parte esencial de su mandato de protección. Este busca integrar algunas formas básicas de ayuda en sus programas. Idealmente, el apoyo psicológico para los niños como Miguel debería empezar en los países de primer asilo.

La terapia que Miguel recibe en Montreal busca permitirle confrontar sus agonizantes sentimientos y trabajar para poder superarlos de la mejor manera. Además, el manejo de sus miedos con plastilina y dibujos le permite abordar los sentimientos de soledad y enojo, y hacer una conexión entre su comportamiento y sus interacciones con otras personas.

Inicialmente, Miguel estaba escéptico de participar en las sesiones de terapia, las cuales ya ha realizado por nueve meses. Como una pequeña muestra del beneficio que le han traído las terapias, él está preocupado de que la actividad ya está llegando a su fin. Él se ha acostumbrado a trabajar con su terapeuta, Julia, y se siente a salvo con ella.

“Le estoy intentando explicar que no depende de mí”, dice María, que también está agradecida. “Le sigo diciendo que veremos los planes que tiene Julia sobre terminar la terapia”.

*Todos los nombres fueron cambiados por razones de protección.

Fuente: ACNUR

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