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Entonces estaba ahí, parado o sentado, no lo recuerdo, da igual; todo me sabía mal, más bien todo dejó de tener sabor. Nada ni nadie me aportaban un cierto placer, de repente un día llegó, una fecha se convertiría en la enseñanza que no pedía y que necesitaba.

Cada etapa de mi vida buscaba llegar a una meta para satisfacer alguna necesidad, llegaba al destino que el trabajo había pactado conmigo y nada era como lo imaginaba, un nuevo logro por cumplir aparecía, más dedicación al esfuerzo debía implementar para tratar de llenar varios vacíos que al final, nunca pudieron llenarse con los fines.

Detuve mi existir, deseche a la basura mi rutina y me alejé de muchos amigos y hasta de mi familia. A lo lejos los veía mientras que mi vida estaba en pausa y fue ahí cuando comprendí la lección que debía comprender, por fin entendí el sentido mismo de la vida y es que para cada pregunta hay una respuesta y esa siempre nace en nosotros y muere en palabras.

Lo único que me iba a llenar es mi propio amor, mi luz infinita que brilla aunque haya oscuridad, el sentido de la vida es amarnos mientras brillamos para que así, la luz se esparza y pueda tocar a los demás, de esa forma podemos crear una cadena y tocar el corazón de más humanos.

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