Estamos en abril, mi cabeza anda en los festejos navideños.
Quiero pasarla bajo “0”. Tocar la nieve, beberme un buen Glühwein, y cuando el reloj marque las 12, abrazar a mi hija y decirle -esto va por tu paciencia.
Pasó la mayor parte de su vida durmiendo en la sala, y luego en un cuarto tan diminuto que parecía una capsula espacial. Nunca se quejó. Pero lo que sí lamentaba, era que yo no decorara la casa en Navidad. Ella quería celebrar a lo grande y por razones económicas nunca pude, así que Dios primero este año todo Alemania con sus mejores bazares navideños le dirá, -Feliz navidad “AGUSTINA”.
Si no hablo Alemán, el frío no es lo mío, no conozco a nadie y mi sentido de orientación es pésimo, ¿por qué iría?
Por eso mismo.
Porque en la vida da gusto perderse, da emoción lo desconocido. Crea adrenalina ver que oscurece y no saber qué camino tomar.
¿Qué sentido tendría planear las vacaciones soñadas en el lugar en que vivimos? ¿Que clase de aventura sería esa de ir a lo seguro?
Si hoy nos sentimos pérdidas por lo que nos está pasando, debemos agradecerle a Dios por el mero hecho de poder “sentir” que estamos perdidas.
Perdidas entre la confusión, la incertidumbre y la duda de no saber que hacer. Pero esa “perdida” vale más que un camino lleno de la habitual certidumbre de lo conocido, de esos caminos que el cuerpo y el alma saben a ciegas a veces por años de hastió.
Disfrutemos el recorrido, admiremos el paisaje, que aunque nos resulte extraño, es el paisaje de nuestra propia vida.
No intentemos encontrarnos, ya apareceremos.
https://www.mujersinequipaje.com