—72 horas para que los huevos invadan todos los refrigeradores del país—ordena el presidente.
No hay tiempo que perder. Cebollina de la Ristra de Ajo (Ministra de Alimentación) se monta en su moscovich de ciento cincuenta años, le echa veinte litros de petróleo que le compró a contrabando a Gasolina Regular, aconseja a su carro asmático: Ahorra combustible que está muy caro y marcha a cumplir la misión, de lo contrario tendrá que hacer lo que nunca ha hecho en treinta años: TRABAJAR.
Llega a las mejores fincas con sonrisa stereo y buenos modales aprendidos por tomar desde chiquita Batido de Educación Formal. Siempre le contestan: No sabemos na, no sabemos naaa pero es en kikirikiummmjajaja, la mejor granja del país donde…
— ¿Parir?—exclama pechugona, la única dos patas que cacarea del lugar, el resto se fue del país cabalgando en el Huracán Michelle.
—La situación está muy difícil para traer un pollito a este mundo. No estoy en contra de la vida pero…
— ¿Pero qué?
— ¿Dónde vivirá mi hijo? Aquí todo el mundo sabe que soy ilegal en este gallinero, además, está la cuestión de la comida, la ropa, el PlayStation.
— ¿PlayStation?
— ¡Siii! Los pollitos de esta generación no juegan ya a “Arrancarle la cabeza al gusano”.
—Parece mentira. ¿Olvidaste tu compromiso con la sociedad? Juraste donar cincuenta huevos al mes para que los humanos continúen creciendo sanos, fuertes.
—Digamos que tengo un parto normal, la suerte de hallar un gallo que venda sus espuelas por el bienestar de su familia y que mi hijo no tenga problemas materiales. Al cumplir mi niño siete, viene el dueño de la granja, lo encierra en una caja, lo mandan a cualquier restaurante de la ciudad y lo venden como pollo frito a dólar o veinticinco pesos. ¿Qué recibo yo? ¿Cuál es el pago por haber tenido un embarazo difícil a base de tres libras de pienso cada siete meses y agua sucia con vitaminas ABCDEFG? Nada. Me dan un cero al cubo con la raíz cuadrada de nada. ¿Los humanos quieren huevos? Que cacareen y los pongan.
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